28 julio 2010

Profetas menores - Parte 1

Intro
Los doce profetas "menores" no llevan este calificativo porque su mensaje sea de menor importancia, sino porque sus escritos son menos extensos que los de los profetas "mayores." Amós, Oseas y Miqueas ocupan una posición paralela a la de Isaías -su famoso contemporáneo- por el énfasis en las sublimes verdades del judaísmo, a saber: que Jehová es el único Dios verdadero, cuya solamente es toda adoración; que Dios siempre castiga el pecado; que la religión verdadera consiste de justicia antes que de ritualismo, de manera que Dios desea justicia y misericordia más bien que sacrificios y ofrendas; que la salvación se encuentra por la fe en la Palabra del Señor a través de sus profetas, y por la obediencia a ella.

El siglo octavo antes de Cristo señala la cúspide de la profecía hebrea. En él encontramos a Amós, Oseas, Isaías y Miqueas, quienes posiblemente hayan aparecido y servido en ese orden. Es probable que los libros de Joel, Jonás y Abdías, pertenezcan también a este perío¬do. Si tal suposición resulta correcta, seis de los doce profetas menores escribieron en este siglo octavo A.C.

Durante el siglo séptimo aparecieron otros tres profetas menores: Sofonías, Nahum y Habacuc. Ellos fueron contemporáneos de Jeremías.

El siglo sexto A.C. escuchó las voces de Haggeo y Zacarías desafiando a los cautivos que habían regresado a Jerusalén a reconstruir el templo. Unas décadas antes -en el mismo siglo- Ezequiel había servido a los exiliados en Babilonia.

Finalmente, el siglo quinto A.C. nos brindó al último profeta del Antiguo Testamento: Malaquías. El señaló con índice inconfundible hacia la venida del Mesías y de su predecesor -Juan el Bautista- cuatrocientos años más tarde.

Oseas
Israel es una adultera, pero recibirá misericordia

Oseas u Osee, profeta de las diez tribus del norte, como su contemporáneo Amós, vivió en el siglo VIII a. C., mientras Isaías y Miqueas profetizaban en Judá, es decir, bajo el reinado del rey Jeroboam II de Israel (783-743) y de los reyes Ocías (Amasías) (789-738), Joatán (738-736), Acaz (736-721) y Ezequías (721-693), reyes de Judá. Sus discursos proféticos se dirigen casi exclusivamente al reino de Israel (Efraím, Samaria), entonces poderoso y depravado, y sólo de paso a Judá. Son profecías duras, cargadas de terribles amenazas contra la idolatría, la desconfianza en El y la corrupción de costumbres y alternadas, por otra parte, con esplendorosas promesas (cf. 2, 14 ss.) y expresiones del más inefable amor (cf. 2, 23; 11, 8, etc.). El estilo es sucinto y lacónico, pero muy elocuente y patético y a la vez riquísimo en imágenes y simbolismos.

La primera parte (cap. 1-3) comprende dos acciones simbólicas que se refieren a la infidelidad del reino de Israel como esposa de Yahvé. La segunda (cap. 4-14) es una colección de cinco vaticinios (caps. 4, 5, 6, 7-12; 12-14) en que se anuncian los castigos contra el mismo reino y luego la purificación de la esposa adúltera, en la cual se despierta la esperanza en el Mesías y su glorioso reinado.

El sepulcro de Oseas se muestra en el monte Nebi Oscha, no lejos de es-Salt (Transjordania).


Joel
Profecías del derramamiento del Espíritu Santo

De Joel, profeta de Judá e hijo de Fatuel, nada sabemos fuera de los tres capítulos de profecías que llevan su nombre. El tiempo de su actividad ha de ser calculado después de separarse de la casa de David las diez tribus, pero antes del destierro. El hecho de que solamente se mencionen los sacerdotes, y no los reyes, hace conjeturar que Joel haya escrito en tiempos del rey Joás de Judá (836-797) cuando el Sumo Sacerdote Joiadá en nombre del rey niño manejaba las riendas del gobierno (IV Rey. 11). Una minoría de exégetas ubican a Joel en el periodo después del destierro, fundándose especialmente en 3, 6, donde se mencionan los griegos (cf. Nácar-Colunga). Su anuncio, como dice este mismo autor, es escatológico, cosa que no debe olvidarse al interpretarlo.

En el primer discurso profético describe Joel una plaga terrible de langostas, fenómeno conocido en Judea, como figura del oprobio de Israel por parte de las naciones. Ello da ocasión al profeta, en el segundo discurso (2, 18-3, 21), para exhortar a Israel a la contrición y anunciar el "día del Señor" y el juicio de las naciones o castigo de los enemigos del pueblo santo, y el reino mesiánico, siendo especialmente de notar la aplicación que San Pedro hizo de esta profecía (Hech. 2, 28-31) el día de Pentecostés.


Amós
Dios unge los labios de un boyero (cuyo oficio es de cuidar bueyes)

Antes de su vocación, Amós fue pastor y labrador que apacentaba sus ovejas y cultivaba cabrahigos en Tecoa, localidad de la montaña de Judá, situada a 20 kilómetros al sur de Jerusalén. A pesar de su pertenencia al reino de Judá, Dios lo llamó al reino de Israel (cf. 1, 1; 7, 14 s.), para que predicase contra la corrupción moral y religiosa de aquel país cismático que se había separado de Judá y el Templo. Alguna vez menciona también a Judá (2, 4) y a todo el pueblo escogido (9, 11). Amós desempeñó su cargo en los días de Ocías (Azarías), rey de Judá (789-738) y Jeroboam II, rey de Israel (783-743).

Desde un principio, el profeta se mostró intrépido defensor de la Ley de Dios, especialmente en su encarnizada lucha contra el culto del becerro adorado en Betel. Perseguido por Amasías, sacerdote de aquel becerro (7, 10), el profeta murió mártir, según una tradición judía.

Los primeros dos capítulos contienen amenazas contra los pueblos vecinos, mientras los capítulos 3-6 comprenden profecías contra el reino de Israel. Los caps. 7-9 presentan cinco visiones proféticas acerca del juicio de Dios sobre su pueblo y el reino mesiánico, a cuyas maravillas dedica los últimos versículos, como lo hacen también Oseas, Joel, Abdías y casi todos los profetas Mayores y Menores.


Abdías
Jehová pagará el bien y el mal

Son muy escasas las noticias que poseemos sobre Abdías, cuyo nombre hebreo Obadyah significa siervo de Yahvé. San Jerónimo lo identifica con aquel Abdías, mayordomo de Acab, que alimentó a los cien profetas que habían huido del furor de Jezabel.

Los escrituristas modernos, en su mayoría, no se adhieren a esta opinión. Sea lo que fuere, el tiempo en que actuó el autor de esta pequeña pero muy impresionante profecía, debe ser anterior a los profetas Joel, Amós y Jeremías, los cuales ya la conocían y la citaban. Lo más probable parece que haya profetizado en Judá alrededor de 885 a. C., cuando Elías profetizaba en Israel.

Su único capítulo contiene dos visiones. La primera se refiere a los idumeos (edomitas), un pueblo típicamente irreligioso y enemigo hereditario de los judíos y que se unía siempre a sus perseguidores. "Pero el día del Señor se aproxima; Dios se vengará a Sí mismo y vengará a Israel, contra los idumeos y contra todas las naciones gentiles. Los israelitas, al contrario, serán bendecidos; se apoderarán del territorio de sus opresores, y luego Yahveh reinará gloriosamente y para siempre en Sión" (Fillion). A esta restauración de Israel y reino mesiánico se refiere la segunda parte de la profecía.

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